Reflexión sobre 10 años como obispo

En septiembre cumplí mi décimo aniversario a la ordenación y el episcopado. Hubo cuatro aspectos notables de la ceremonia de ordenación, más allá del poder de la oración y del sacramento en sí. Primero que nada, no se llevó a cabo en la catedral de Detroit (que hubiera sido lo normal) porque estaban renovando la catedral. (Sin embargo, mis ordenaciones al diaconato y el sacerdocio tampoco ocurrieron en la catedral, pero esa es otra historia.) ¡Así que debe haber algo de aversión a las catedrales conmigo!

Segundo, el Cardenal Maida parecía creer que era necesario echarme un frasco entero de crisma por la cabeza para mi unción. Se corrió por todo. Mis amigos decían que eso era porque mi cabeza es muy dura y por todo el esfuerzo que le toma al Espíritu Santo entrar en ella. ¡Quizás!

Tercero, mis hermanitas gemelas estaban embarazadas en la ceremonia (y dieron a luz a mis sobrinos al mes siguiente). Estas hermanas eran las más jóvenes de entre 10 hermanos y son una gran alegría en mi vida. Sólo pensar en ellas en ese día me hace sonreír el corazón.

Cuarto, casi todos los seminaristas del Seminario Josephium de Columbus, Ohio, donde yo había recién sido rector, se presentaron y pidieron una bendición grupal en la recepción. Sin embargo, ellos fueron una bendición para mí.

Ahora, mirando hacia atrás 10 años en el ministerio como obispo (seis años en Detroit como obispo auxiliar y cuatro años como obispo de Lansing), noto cinco aspectos asombrosos del ministerio aquí en nuestra diócesis.

Primero, es un placer enorme estar y trabajar y orar con los sacerdotes de esta diócesis. Son un grupo asombroso de hombres que se entregan sin cansancio al ministerio y que se llevan tan bien. ¡Mi meta siempre ha sido no hacer daño!

Títulos de las fotos: 1. Misa de Acción de Gracias, abril de 2008. 2. El Obispo Boyea recibiendo la bendición con el Libro de Evangelios durante su ordenación episcopal, en julio de 2002. 3. Cocelebrando la misa con el Cardenal Maida durante la ordenación episcopal. 4. El Obispo Boyea conoce al Papa Juan Pablo II durante su visita ad limina en el 2004. 5. El Obispo Boyea y los obispos de Michigan y Ohio se reúnen con el Papa Benedicto XVI, en febrero de 2012.6.El Obispo Boyea postrado en su ordenación episcopal. 7.El Obispo Boyea ordena a Mark Rutherford al sacerdocio en julio de 2009.8.El Obispo Boyea celebra el Rito de la Elección en Nuestra Señora de Guadalupe, Flint, marzo de 2012.
9. Conferencia Común, septiembre de 2011. 10. Misa Crismal, Jueves Santo, abril de 2011. 11.El Obispo Boyea con los obispos, sacerdotes y diáconos de Michigan en la Diócesis de Lansing en la misa del 75to aniversario. 

Segundo, ha sido un placer trabajar con las mujeres y hombres del personal diocesano. Todos son tan talentosos. También tienen claramente el pensar de la Iglesia. No es que con frecuencia necesiten que yo los cuestione. También han contribuido bien a los planes de la diócesis, que ha sido un proyecto continuo y lo han acogido muy bien. Son excelente colegas.

Tercero, tenemos la bendición, junto con otra gente maravillosa que trabaja en nuestras parroquias y en otros lugares: nuestros diáconos que también contribuyen al hospital, los ministerios de inmigrantes y de las prisiones; nuestros hombres y mujeres consagrados que, además de los ministerios en los que participan, son señales fabulosas de Cristo entre nosotros, especialmente por acoger la castidad y virginidad; muchos de nuestro personal parroquial, que son la mayoría mujeres, y los miembros del comité de la parroquia, que entregan sus corazones por sus parroquias. Las lágrimas que derramaron al cierre de algunas de nuestras parroquias en estos últimos años hablan elocuentemente de ese amor.

Cuarto, ha sido una alegría maravillosa celebrar la confirmación con tantos de nuestros jóvenes. Sus cartas a mí solicitando el sacramento y su entusiasmo antes, durante y después de la ceremonia, y la clara presencia del Espíritu Santo en sus vidas, son todos los aspectos de nuestra vida de fe que no tienen precio.

Por último, los seminaristas son una bendición increíble. No sólo es una señal de cómo Dios nos favorece constantemente al llamarlos al sacerdocio, sino que también es una señal de la salud de nuestras parroquias que produce vocaciones. Su juventud, su entusiasmo y su alegría son contagiosos y sirven como gran renovación, que me insta a dar muchos más años de servicio aquí en mi hogar de la Diócesis de Lansing.

Ciertamente, ha habido retos y problemas. Les pido su perdón por las veces en que les he fallado. Sé por cierto que no soy todo lo que ustedes desean o necesitan en un obispo, pero su paciencia y amor parecen compensar por eso. Por lo tanto, al enfrentarnos al futuro juntos, vamos a prometernos que rezaremos los unos por los otros.